jueves, 26 de noviembre de 2009

Cuento corto, casi hablado. Monstruo de los Mangones





En un barrio cercano a las Tres Cruces, un día empezaron a desaparecer los niños y niñas que salían a jugar, en los 6o's ese barrio era nuevo, de casas grandes y familias acomodadas, un suburbio de los bonitos rodeado de arboles y montañas.

Aclaro que es una historia real, pero con el tiempo y de generación en generación se modificó un poquito.

Los niños salían a jugar cerca de sus casas; las niñeras, negras caleñas o del pacífico, grandes en todo, que huelen a especias y leche materna, salían a cuidarlos y chismosear entre ellas mientras los futuros dueños de la ciudad escalaban los árboles y se comían los mangos maduros que da mi tierra.

Colombia es una tierra de todo, hasta de monstruos, el Monstruo de los Andes, el Monstruo de los Cañaduzales en Pradera Valle, el señor Garavito que ostenta el título de rey y el de los mangones, del que hablo, el que fue vecino de mis abuelos, del que nadie conoce nada diferente a sus muertos.

Cómo te iba contando, en ese barrio nuevo de una ciudad caliente, las familias influyentes de la sociedad caleña construían sus monumentos a ellos mismos, casas enormes con techos altos para evitar el calor y patios traseros que comunican la montaña con sus colgaderos de ropa, tan blanca como el azúcar que producían.

Lino y almidón, la fórmula de la elegancia para los señores y la esclavitud para las negras que dejaban los cuellos y puños de las camisas de sus patrones tan relucientes como sus sonrisas.

En alguna de esas tardes de juego, un niño heredero de una montaña dulce desapareció, la negra que era casi su madre, lloraba buscando entre las ramas de los árboles y gritaba su nombre mientras seguía el rastro de los mangos comidos sobre la hierba, seguramente tenía la esperanza de encontrar a su niño prestado, acurrucado sobre una piedra, manchando de amarillo su camisa de caballerito.

La noche llegó y en la oscuridad su tez negra ya no se veía, pero sus ojos de luna seguían revolcando los arbustos en busca de ese chiquito, el niño que jugó al escondite y se quedó perdido para siempre. La señora de la casa se desmayó, el señor ofreció una recompensa jugosa y luego se enojó, los niños extrañaron a su amiguito de juego y la mujer negra enfermó, luego, murió de tristeza por ese niño que apareció días después estrangulado y con una aguja clavada en el corazón.

Espera, apenas empieza la historia del monstruo de mi ciudad, uno del que todo se especuló y nada se supo, una realidad que se convirtió en mito, un mito que escuché de mi abuela cuando era una niña, todavía cuando voy a su casa recuerdo que fuimos vecinos del fantasma asesino, y se me mueve la piel cuando miro la montaña atrás de las casas, el escenario favorito del Monstruo de los Mangones.

Desde ese día, muchos niños empezaron a desaparecer y a aparecer de nuevo como un loop horrible. Todos iguales, pequeños, millonarios, estrangulados, con una aguja enterrada en el corazón y sin una gota de sangre.

El género elegido fue el masculino, por eso me atrevía con la curiosidad de mis ocho años a acércarme un poco a la montaña, pero a sólo unos metros del lugar, mi imaginación dibujaba una sombra mirándome entre los arbustos y corriendo de árbol en árbol para acercarse a mi sin que viera su cara, no tenía otra opción diferente a correr y refugiarme en los brazos de mi mamá o bajo las tetas enormes de mi negra, porque yo también tuve una, María, pero bueno esa es otra historia.
El Monstruo de los Mangones amenazó las tardes de juego de los niños en Cali durante los 60´s, casi 30 niños fueron despojados de su sangre, nunca nadie vio algo diferente a una sombra escapando entre la montaña, nunca tuvo un nombre diferente al que se ganó por su maldad, no tiene edad ni justificaciones para ser lo que fue, por eso el colectivo caleño tuvo que inventarle una vida a partir de lo que conoce.

La leyenda urbana dice, que un hombre rico de la ciudad enfermó y para sentirse mejor necesitaba sangre, qué mejor que la de un niño, pura y nueva, además si el niño tenia un apellido de esos escandalosos, tanto mejor, así no mezclaba su enferma y codiciada sangre con una algo más común.

Y esa es la historia de este monstruo que aterrorizó a los caleños, un día sólo desapareció, nadie lo capturó, no lo encontraron muerto, sólo dejó una historia que contarle a los niños para evitar la vagancia y el juego incansable en los alrededores de la montaña.

Los mangos se pudrieron tirados en el piso, el prado creció y poco a poco más casas encerraron las 30 almas de los niños que murieron, para alimentar el cuerpo enfermo de un hombre con tanto dinero y tan poco futuro.

2 comentarios:

  1. Hola la historia, leyenda o mito que estás contando también me la contaron a mí, la diferencia es que yo como que vivía al otro lado de la montaña de los "futuros dirigentes" de la Ciudad y como la condición económica no permitía tener dos grandes tetas de una negra para refugiarme si conocí la montaña y hoy estoy tratando de contar las experiencias que vivimos ahí.

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  2. no había visto tu comentario, me gusta mucho encontrármelo, la verdad es que este cuento es ficción y yo no soy la protagonista, solo es un cuento a partir del monstruo de los mangones y lo poco que sé de él... me encantaría leer tus experiencias al respecto, dime donde. abrazos

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