martes, 26 de enero de 2010

Somos tan diferentes que somos iguales (historia de amor entre la panterita y la bota machita de leopardo)

- ¡Tiene manchas!
Un poco de pecas alrededor de todo el cuerpo ¡cómo puedes estar enamorado de alguien así! no es negra, su color es indefinido, la pureza es algo en lo que no pensaron cuando la hicieron. No estoy de acuerdo con esa relación, no puede durar si no corre contigo y te acompaña a cazar.

-Pero me gusta, me hace feliz su silencio en las noches, me encanta que tenga una hermana gemela, con ella sí sale de la casa, y creo que se van lejos porque siempre llega tarde y oliendo a camino, con polvo de pies a cabeza ¡eso es lo que más me gusta! porque disfruta inmóvil mientras la aseo con la lengua, creo que siente tanto placer como yo.

No puede ser, no vas a convencerme, no lo puedo creer corpulento amigo, tú que eres tan brillante, tan ágil, ¡ella está muerta!

- Si es así, es entonces la muerta más hermosa del mundo y quiero morirme con ella.

Estás demente, enamorarse de una ratona con hijos sería más prudente, que te enamoraras de mi sería más decente y eso que yo soy muy macho!

- No te preocupes amigo, soy feliz a su lado, nunca he estado mejor, y mientras su cuerpo de ule y mi cuerpo de gato resistan las piedras, el uso y los años, estaré a su lado. No entiendo por qué tanta alaraca ¿qué tan diferentes pueden ser un gato y una bota machita?

jueves, 26 de noviembre de 2009

Cuento corto, casi hablado. Monstruo de los Mangones





En un barrio cercano a las Tres Cruces, un día empezaron a desaparecer los niños y niñas que salían a jugar, en los 6o's ese barrio era nuevo, de casas grandes y familias acomodadas, un suburbio de los bonitos rodeado de arboles y montañas.

Aclaro que es una historia real, pero con el tiempo y de generación en generación se modificó un poquito.

Los niños salían a jugar cerca de sus casas; las niñeras, negras caleñas o del pacífico, grandes en todo, que huelen a especias y leche materna, salían a cuidarlos y chismosear entre ellas mientras los futuros dueños de la ciudad escalaban los árboles y se comían los mangos maduros que da mi tierra.

Colombia es una tierra de todo, hasta de monstruos, el Monstruo de los Andes, el Monstruo de los Cañaduzales en Pradera Valle, el señor Garavito que ostenta el título de rey y el de los mangones, del que hablo, el que fue vecino de mis abuelos, del que nadie conoce nada diferente a sus muertos.

Cómo te iba contando, en ese barrio nuevo de una ciudad caliente, las familias influyentes de la sociedad caleña construían sus monumentos a ellos mismos, casas enormes con techos altos para evitar el calor y patios traseros que comunican la montaña con sus colgaderos de ropa, tan blanca como el azúcar que producían.

Lino y almidón, la fórmula de la elegancia para los señores y la esclavitud para las negras que dejaban los cuellos y puños de las camisas de sus patrones tan relucientes como sus sonrisas.

En alguna de esas tardes de juego, un niño heredero de una montaña dulce desapareció, la negra que era casi su madre, lloraba buscando entre las ramas de los árboles y gritaba su nombre mientras seguía el rastro de los mangos comidos sobre la hierba, seguramente tenía la esperanza de encontrar a su niño prestado, acurrucado sobre una piedra, manchando de amarillo su camisa de caballerito.

La noche llegó y en la oscuridad su tez negra ya no se veía, pero sus ojos de luna seguían revolcando los arbustos en busca de ese chiquito, el niño que jugó al escondite y se quedó perdido para siempre. La señora de la casa se desmayó, el señor ofreció una recompensa jugosa y luego se enojó, los niños extrañaron a su amiguito de juego y la mujer negra enfermó, luego, murió de tristeza por ese niño que apareció días después estrangulado y con una aguja clavada en el corazón.

Espera, apenas empieza la historia del monstruo de mi ciudad, uno del que todo se especuló y nada se supo, una realidad que se convirtió en mito, un mito que escuché de mi abuela cuando era una niña, todavía cuando voy a su casa recuerdo que fuimos vecinos del fantasma asesino, y se me mueve la piel cuando miro la montaña atrás de las casas, el escenario favorito del Monstruo de los Mangones.

Desde ese día, muchos niños empezaron a desaparecer y a aparecer de nuevo como un loop horrible. Todos iguales, pequeños, millonarios, estrangulados, con una aguja enterrada en el corazón y sin una gota de sangre.

El género elegido fue el masculino, por eso me atrevía con la curiosidad de mis ocho años a acércarme un poco a la montaña, pero a sólo unos metros del lugar, mi imaginación dibujaba una sombra mirándome entre los arbustos y corriendo de árbol en árbol para acercarse a mi sin que viera su cara, no tenía otra opción diferente a correr y refugiarme en los brazos de mi mamá o bajo las tetas enormes de mi negra, porque yo también tuve una, María, pero bueno esa es otra historia.
El Monstruo de los Mangones amenazó las tardes de juego de los niños en Cali durante los 60´s, casi 30 niños fueron despojados de su sangre, nunca nadie vio algo diferente a una sombra escapando entre la montaña, nunca tuvo un nombre diferente al que se ganó por su maldad, no tiene edad ni justificaciones para ser lo que fue, por eso el colectivo caleño tuvo que inventarle una vida a partir de lo que conoce.

La leyenda urbana dice, que un hombre rico de la ciudad enfermó y para sentirse mejor necesitaba sangre, qué mejor que la de un niño, pura y nueva, además si el niño tenia un apellido de esos escandalosos, tanto mejor, así no mezclaba su enferma y codiciada sangre con una algo más común.

Y esa es la historia de este monstruo que aterrorizó a los caleños, un día sólo desapareció, nadie lo capturó, no lo encontraron muerto, sólo dejó una historia que contarle a los niños para evitar la vagancia y el juego incansable en los alrededores de la montaña.

Los mangos se pudrieron tirados en el piso, el prado creció y poco a poco más casas encerraron las 30 almas de los niños que murieron, para alimentar el cuerpo enfermo de un hombre con tanto dinero y tan poco futuro.

La verdadera historia de lo que pasó con él

Me he enamorado de varios perros, pero sólo a éste me lo llevé a mi casa la misma noche en la que se me cruzó por el camino... Tengo que admitirlo estaba algo borracha y Under Influences.

Igual no fue tan difícil, sólo tuvo que mirarme un par de segundos con esos ojos de perro arrepentido, no podían ser de elefante, ni de vaca, eran los ojos de un perro inofensivo que pedia a ladridos mi calor, y caí. Caí con toda la inocencia del mundo, lo confieso. Me derretí, y después de un par de cervezas más, sin dudarlo lo llevé a mi casa dispuesta a vivir con él para siempre.

Como en todas las historias de perros un triangulo empezó, esa misma noche, tuve que disputar su compañia con otra mujer, adivinen, nada más y nada menos que una vecina ¡típico! pero él no contento con las dos, decidió que queria comerse también a todas las gatas del vecindario y se la pasaba acéchandolas en las esquinas y persiguiéndolas como un cazador nato, claro, fue imposible para él resistirse a las hermosísimas felinas que viven cerca, tenia que ser perro.

Como siempre todo terminó mal, y con el corazón hecho pedacitos tuve que tomar una decisión en contra de mi voluntad, por mi bien, incluso por el de la vecina que a estas alturas ya era mi amiga, tenia que dejarlo y con una llamada todo terminó.

Así Muzarña, porque nunca supe su verdadero nombre, entró a mi vida una noche fría y se fue 8 días después en una noche igual.

¿Se acuerdan que alguna vez les conté que adopté un perro que encontre re-cascado en la calle? palabras más, palabras menos, está fue la historia... me lo llevé a la casa, persiguió las gatas del vecindario, provocó un ataque de nervios en mi vecina con la que lo adoptamos y compartimos durante los 8 días, tuvimos que llevarlo a otra casa donde pudieran tenerlo mejor, las dos le dijimos adiós en la carretera y él nos miró desde la ventana del carro hasta que la curva lo desapareció. Adiós Muzaraña.

Mi domingo






Me encantan las mañanas del último día de la semana, despierto cuando a mis ojos se les da la gana de ver la luz, esos rayitos que se asoman entre las figuras de la sabana que convertí en cortina y prometí cambiar hace unos meses ¿pero para qué? si es que hay algunas cosas que nacen para algo y terminan sirviendo para otra cosa. El destino está ahí, incluso cuando hablamos de sabanas y ventanas.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Los lobos pasaron de moda


Si hoy me decís que soy tu amante te creo, si me pedís que lo sea con toda honestidad, tal vez acepte. Si me decís que te gusta mi mirada, tal vez te de un beso, si me escribís que queres ver mis ojos el resto de la vida no volverás a verme jamás. Si me acaricias el cuello mientras me invitas a tu apartamento tal vez te deje acariciarme un poco más abajo, si elogias mi perfume como excusa para mirarme las tetas más de cerca, me iré la próxima vez que te levantes al baño.

Que manía de complicar lo sencillo, de inventar estrategias de zorro viejo que ya no levantan ni polvo, ni un polvo, olvídalo amigo, tendrás que ser más creativo que tu abuelo para llevarme a la cama. Qué tal si volvés a lo básico, animal, honesto y claro, el resto podes dejármelo a mi.

No sé si me entendiste galanzote, no me vas con frases de tarjetas de timoteo, no me vas con mentiras obvias, no me vas y así no te vas a venir.

Asesíname


Es como si miles de niños hicieran huecos con un punzón en mi cabeza, después de unos 21 años volví a escuchar el sonido de la aguja rompiendo la piel, la carne y rayando algún hueso... así se siente la rabia, fastidiosa, dolorosa, impresionante, inminente.

Tengo descargada la fe, se me acabaron las baterías de mujer civilizada, me importan un carajo las recargables, las triple A, pero devuélvemelas para conectarme al cargador otra vez y tener ese tiempo de inmovilidad que necesito. Mientras tanto o mientras te dura la vida, sigue convirtiendo tu ventana en una pantalla de cine, sigue tomando tus fotos los domingos de septiembre pero sin mentirme, sigue inmortalizando al gato y a ella, a mi, ya mátame de una vez. Asesíname.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La panza secadora

Había una niña que no tenia nada en el estómago, y era feliz, se sentía orgullosa de mantenerlo vacío, sin habitantes, limpiecito. Hasta ese día, en el que comprando un chocolate en la tiendita de la esquina, conoció a cierto niño... lo verdaderamente cierto es que al otro día la niña despertó con una secadora que le daba vueltas en la panza llena de mariposas. Se sintió tan feliz con sus nuevos animalitos, que quiso mostrárselos al niño y corrió a buscarlo.

En el camino jugó feliz con los perritos de la cuadra que soñaban con entrar a esa secadora redonda y perseguir las mariposas para darles un mordisco, pero la niña quería cuidarlas, así que los espantó.  Mientras pasaba por el rosal de la esquina, nuevas mariposas se asomaron a su panza y cuando ella abrió la tapa redonda y de vidrio en la que se había convertido su barriguita, entraron a revolotear en círculos, y unos niños traviesos, aprovecharon para meterse con una red, la niña que no era boba puso a girar su secadora y los niños no pudieron atrapar ni una mariposa, pero se divirtieron un rato girando hasta que salieron secos y limpios.

Por fin, ahí estaba el niño, el dueño de las mariposas de colores que la hacían tan feliz, esas maripositas que empezaron a volar cada vez más rápido de un lado para el otro, él miró asombrado la panza secadora de la niña y le pidió que lo dejara entrar, sin responder y sin pensar, la niña abrió su panza para el niño que se subió a una mariposa y empezó a jugar, eran felices, los dos.

Pero como en todos los juegos, la diversión tiene que terminar en algún momento, y después de jugar toda la tarde, la niña despertó bajo un árbol y el niño ya no estaba, así que se fue caminando a su casa tranquila con ganas de que llegara el siguiente día para volver a verlo. Pero en el camino, a lo lejos, vio una silueta extraña que se acercaba hacia ella, y cuando la tuvo cerca se dio cuenta que era una niña, que como ella también tenia panza de secadora, lo triste es que dentro no tenia mariposas ¡tenia al niño! pero pequeño, dormido, feliz, igualito; esa niña la miro con cara de pregunta, como diciendo -  ¿ y ahora qué vas a hacer? en ese momento el niño grande salió detrás de un árbol y la miró con cara de "lo siento", pero siguió su camino con esa niña y el pequeño él que dormía en la panza secadora.

Inmediatamente las mariposas de la niña cayeron convertidas en orugas y la panza secadora se detuvo, la niña se sentó en una esquina desde ese día y puso un letrero que decía-  Por $ 500 pesos  seque su ropa.